11 ene 2015

Je ne suis pas Charlie.

Dice un viejo refrán que ningún día te acostarás sin saber una cosa más. Y es cierto. Hay que reconocer que, en estos días, estamos aprendiendo un montón de cosas nuevas gracias a nuestros inefables políticos y a su cohorte de periodistas en nómina, siempre tan preocupados por informarnos de lo que tenemos que creer y opinar en cada momento.

Y es que, como los españolitos y europeítos rasos no tenemos el suficiente criterio para saber adaptar nuestras filias y fobias a la complejidad de una actualidad tan cambiante, necesitamos el generoso auxilio intelectual de estos próceres y creadores de opinión para que nos guíen en nuestra ignorancia y que así nadie vaya con el paso cambiado.
Cualquiera que cometa la imprudencia de opinar, por ejemplo, sobre el atentado islamista al tebeo de letrina gabacho sin antes haberse leído los periódicos o escuchado las tertulias adecuadas podría incurrir en una serie de errores y confusiones.
Por ejemplo, ante las solemnes declaraciones de ministros, diputados, tertulianos y demás sabios defendiendo la libertad de expresión como valor supremo, podría cometer el error de preguntarse por qué publicar viñetas insultantes y chabacanas contra la religión de millones de personas es libertad de expresión y, sin embargo, ciertas opiniones políticas contrarias al dogma políticamente correcto son perseguidas y castigadas. 
Y es que la revista pretendidamente cómica no solamente publicaba insultos y burlas contra la fe sarracena sino que tenía a gala burlarse del catolicismo de la forma más grosera y soez. De quien no me consta que se burlaran, mira tú qué curioso, era de la religión hebrea. Y es que eso, en lugar de ejercicio de la libertad de expresión, hubiera sido un horrible crimen de antisemitismo que, por lo visto, debe ser algo muy feo. ¿Vamos captando la diferencia?
Otro error que se puede cometer por no informarse correctamente es preguntarse por qué la misma progresía buenista, sectaria y endófoba que promueve y fomenta la inmigración extraeuropea ahora se escandaliza ante el resultado de esa política suicida.
O por qué nadie ha movido un dedo para protestar por el asesinato masivo, decapitación, violación y tortura de miles de cristianos iraquíes y sirios y, sin embargo, la muerte de unos pintamonas marxistoides provoca oleadas de indignación, manifestaciones, condenas oficiales y hasta solemnes declaraciones del rey Letizio, Ana Rosa Quintana y otras eminencias de nuestra élite intelectual.  
Estas preguntas son, sin duda, producto de nuestra falta de atención a las sabias directrices de los medios de comunicación. 
Para evitar quedar en evidencia por nuestra reprobable ignorancia, hay un pequeño truco que nos hará quedar bien en cualquier reunión de amigos o charla de café. Consiste en echarle la culpa de cualquier cosa negativa a los nazis. Aunque el acontecimiento en cuestión no tenga nada que ver, hablar mal del archienemigo oficial y preceptivo es algo que siempre confiere prestigio. 
Hasta es posible que, con un poco de habilidad y caradura, convirtamos este alarde antifascista en un lucrativo modo de vida. Véase el ejemplo de Esteban Ibarra o de las Femen, referentes morales de nuestra tolerante y ejemplar sociedad. 

J.L. Antonaya
      

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