24 ago 2015

La conjura de los ceporros.

Nunca me gustó ese dicho que solían  repetir, hace ya unos años, ciertos chistosos aflamencados de tercera regional que rezaba "tó er mundo é güeno" (Google Translate: Todo el mundo es bueno). Además de una gilipollez, siempre me pareció un precedente del papanatismo buenista tan en boga en nuestros días y tan cultivado por políticos, chupatintas, teleputillas y demás exponentes de la intelectualidad democrática chupiguay y multicultural. 

Tampoco comparto el extremo contrario. No creo que la mayoría de la gente sea mala. Es más: estoy convencido de que el número de hijos de la gran puta, cabrones con pintas, hienas de colmillo retorcido y escoria subhumana es mucho menor que el de buenas personas y gente decente. El problema es que los primeros, por obra y gracia del Sistema político "que todos los españoles nos hemos dado" disfrutan de una representación exagerada en nuestras instituciones. 
Si un extraterrestre llegase a España y contemplase la fauna que puebla ayuntamientos, parlamentillos regionales, sindicatos cocougeteros, Senado, Congreso, Casa Real y demás monipodios de nuestra Nación, llegaría a la conclusión de que los españoles somos una panda de sinvergüenzas, pícaros, cobardes, estúpidos y egoístas capaces de internar a nuestra madre en el burdel más inmundo a cambio de una paguita -o pagaza- con cargo al Presupuesto. 
Y no es así.
La mayoría de los españoles no es como la mierdecilla que abarrota escaños y coches oficiales. La mayoría de los españoles no es mala.
Es tonta.
La actual hegemonía de los cabrones y los aprovechados se mantiene no porque sean más numerosos que la gente decente, sino porque es apoyada por inmensas legiones de gilipollas, tuercebotas, tontolabas, mendrugos, memos e imbéciles que miran sus telebasuras, compran sus productos, creen sus embustes, pagan sus prebendas y llenan de votos sus urnas.
Ellos son el auténtico problema.
La alianza entre los malos y los tontos es tan estrecha y endogámica que está produciendo una mutación genética que ya empieza a ser visible y notoria. Las dos especies han mezclado sus adeenes produciendo una hibridación que, como ciertas bacterias resistentes a los antibióticos, prolifera sin control.
Hace unos años estaba claramente definida la frontera entre, por ejemplo, un sádico de instintos asesinos y un pobre menguado. Cuando, hoy día, contemplamos a los militantes y cabecillas de bandas separatistas como Esquerra o Convergencia, comprobamos que esa frontera se ha  tornado tenue y difusa. De la misma forma que se ha vuelto muy borrosa la distinción entre una religiosa y una alcahueta porteña si nos fijamos en alguna monja mamporrera del "Proceso" separatista.
O entre un camionero y una alcaldesa si nos fijamos en Ada Colau. 
Aunque, sin duda, el síntoma más llamativo de esta disociación y mestizaje antinatural lo encontramos al ver y, sobre todo, al escuchar al portavoz de los jóvenes comunistas de Úbeda leyendo penosamente un discurso mongolo-bolchevique. 
Esta ingeniería genética de lo mediocre ha conseguido fundir dos arquetipos de la España rural, la del politiquillo ramplón repitiendo coletillas sobadas para adular a sus ramplones votantes, y la figura patética aunque entrañable del tonto del pueblo.

J.L. Antonaya



      

PASANDO...