6 may 2019

VISITANDO A LOS NUESTROS EN RUSIA



Y he aquí que al reclamo del banderín de enganche levantado por Avance Social y por la Hermandad Nacional de la División Azul, acudimos un grupo de españoles y nos plantamos en Rusia.
Pastoreados magistral y esforzadamente por Jesús Heras Marcos, visitamos palacios y catedrales, brujuleamos por el metro de Moscú, curioseamos por museos, nos cachondeamos de normas mojigatas que prohíben el saludo más noble y antiguo, degustamos vodka, entonamos canciones de campamento y admiramos tanto los monumentos de venerable mármol y vetusto granito como los de sonrosadas mejillas eslavas y apetecibles encantos anatómicos. Como es sabido, la rusa que sale guapa es espectacular.
Pequeños inconvenientes como extravíos de maletas, accidentes de tráfico, desaparición -afortunadamente breve- de algún viajero, pérdida de vuelos por overbooking y otras nimiedades propias de estas singladuras salpimentaron como anécdotas un viaje magnífico.

"Que en Rusia están los camaradas de mi División..."


Pero, por encima del jolgorio y la sana camaradería, lo que hace realmente inolvidable este viaje es el honor de visitar los lugares en los que combatieron y murieron heroicamente los voluntarios españoles de la 250 División de la Wehrmacht.
Es el privilegio de homenajear en el mismo lugar en el que cayeron a aquellos falangistas que, junto a sus camaradas de otras naciones, lucharon por una Europa mejor.
Es la emoción inefable de mojar las manos en el Lago Ilmen, de contemplar las modestas casas de Krasny Bor o de tocar los “dientes de dragón“ anticarro en Novgorod. Es la solemnidad sencilla de que volviesen a retumbar las estrofas del Cara al Sol en aquellas latitudes.
Es realmente loable la pulcritud con la que se mantienen las tumbas alemanas y españolas en suelo ruso.
Acostumbrados como estamos en España al vandalismo, revanchismo y odio de los profanadores de tumbas, renombradores de calles y demás ralea que nos gobierna, es admirable el respeto a la Historia que se respira en las ciudades rusas.
 Los símbolos comunistas conviven sin problema con las águilas zaristas en numerosos edificios oficiales. El ruso asume su Historia en su totalidad, con las sombras y las luces de cada época.
Al pasear por las limpias calles de San Petersburgo, Novgorod o Moscú, calles libres de basura, papeles, perroflautas, cacas de perro y manteros, es inevitable sentir una sana envidia si uno viene de los estercoleros gestionados por carmenas y colaus.

Paseando por el Metro



Al viajar en el metro de Moscú, donde los jóvenes ceden educadamente el sitio a las mujeres y a los ancianos, la envidia adquiere proporciones olímpicas al compararlo con el metro de Madrid, indistinguible de la jaula de un zoológico en alguna de sus líneas. 
El metro de Moscú mantiene esa decoración kitsch y un tanto hortera con la que Stalin lo adornó. Además de los consabidos caretos de Lenin, mármoles y columnas, abundan los cuadros representando la pujanza obrera y campesina. Atildados ingenieros bolcheviques conviven con ubérrimas matronas ucranianas entre trigo, terneros y tractores. 
Al recordar que esa artística decoración se hizo en la época de las hambrunas, las colas de racionamiento o el genocidio por hambre de millones de ucranianos, es inevitable sospechar que el padrecito Stalin tenía una sádica veta de humor negro en su megalomanía.

Megamilitaria



Rusia - zarista, estalinista o putiniana- está orgullosa de su Historia militar. Y se nota. Los melindres pacifistas, pijiprogres, democráticos, cobardones y endófobos que infestan la sociedad de ese pudridero llamado Occidente no han llegado a Rusia. 
Aquí todavía se puede respirar el aire limpio y marcial del espíritu militar. Los rusos exhiben con orgullo sus armas y estandartes en museos como el Naval de San Petersburgo que algunos pudimos visitar aunque eso supusiera quedarnos sin ver el renombrado Hermitage. Cosa que, seamos sinceros, tampoco importó mucho a los que sentimos más emoción contemplando un cañón antiaéreo que una pintura bucólica. No obstante, en el grupo expedicionario hubo quien prefirió la pinacoteca. Hay gente para todo.

¡Ay de los vencidos!



Y en Moscú no podíamos quedarnos sin ver el museo de lo que los ruskis llaman “gran guerra patria”, es decir, la Segunda Guerra Mundial. Más que museo es un memorial de exaltación de los vencedores y, sobre todo, del odio a los vencidos.

Monumental y sobrecogedor en su desmesura, el edificio impresiona.Todo contribuye a crear una exaltación casi religiosa de la victoria de Stalin y sus Aliados: Los magníficos dioramas y recreaciones, la estupenda colección de piezas, los carros de combate, los aviones…

Como es lógico, no hay ninguna referencia a las masacres de inocentes, violaciones masivas, saqueos y destrucción sistemática que supuso la irrupción del Ejército Rojo en Alemania ni a la connivencia de EE. UU e Inglaterra en el genocidio. 
Hablando de genocidas, no podía faltar un busto de Churchill en el museo.

Al contemplar las estatuas gigantescas, las interminables escalinatas, la grandiosa cúpula o el enorme monolito, es inevitable imaginar cómo hubiera sido esto si la moneda hubiera caído del otro lado. 
Si las esculturas y bajorrelieves, en lugar de la tosca factura estalinista, hubieran sido realizadas por ese Miguel Ángel del siglo XX que se llamó Arno Breker o si las construcciones hubieran sido diseñadas por Albert Speer. Pero esa es otra Historia. En fin…

"A los mundos sombríos llevamos el sol"

En el viaje se hizo realidad la estrofa del Himno de la Blau y tuvimos un tiempo cojonudo. Resumiendo, un viaje interesante, divertido, accidentado, histórico, emotivo… Inolvidable.

J.L. Antonaya

PASANDO...