6 oct 2014

Endofobia y lenguaje.

 En otros países europeos puede verse en ocasiones a comunistas, socialistas y demás ralea enarbolando sus banderas nacionales en manifestaciones y saraos, algo impensable en los eventos izquierdistas de aquí.
Una de las señas de identidad que más asco da de la izquierda española  es su obsesivo odio a España. Supongo que el internacionalismo de ese invento judío llamado marxismo tiene mucho que ver, pero tengo la sensación de que la cosa tiene raíces más profundas. Seguramente, para entender esta hispanofobia, habría que analizar los complejos y resentimientos patológicos de sus próceres fundadores, casi siempre relacionados en mayor o menor medida con la masonería.
El rojo español asume con entusiasmo todos los tópicos y leyendas negras de nuestra Historia y niega sistemáticamente cualquier hazaña, institución o actitud que pueda ser remotamente heroica, bella o sublime.
La grandeza, el idealismo o el orgullo patrio tienen el mismo efecto sobre nuestro rojerío que el ajo sobre un vampiro o que el champú sobre un "antifa". Hablando de la piara, lo peor es que estas actitudes de odio a nuestra Historia y a nuestra identidad hace tiempo que han dejado de ser patrimonio de la extrema izquierda y se han instalado en todo el espectro de ese rebaño inmenso llamado progresía, incluyendo a gran parte de la derecha liberal, biempensante y estúpida (valgan todas las redundancias).  
Desde el "sharpero" más piojoso y drogadicto hasta el capo cocougetero de rólex y macrosueldo, pasando por toda la gama de marisabidillas abortistas y peperos acomplejados, la progresía española asume como verdades incuestionables todas las falacias y tópicos del Pensamiento Único Políticamente Correcto, erigido como dogma de obligado cumplimiento.
El multiculturalismo, la tergiversación histórica, la tolerancia hacia lo intolerable, la criminalización del patriotismo y el desprecio hacia la propia cultura igualan a unos y otros.
 El arma más eficaz para este agilipollamiento masivo es el lenguaje.
Cada vez es más difícil distinguir entre el discurso de un pesoero, de un pepero y del director de marketing de una fábrica de condones. 
El lenguaje relamido y perifrástico del dogma progre sirve para camuflar por igual la cabronada egoísta del portavoz de la patronal y el sanchopancismo analfabeto del enlace sindical.
Obispos, entrenadores de fútbol, oficiales de Estado Mayor y presentadores de telebasura utilizan alegremente todas las coletillas, frases hechas y gilipolleces de esta neolengua progre y, claro, al final acaban creyéndose y asumiendo el Sagrado Dogma Policorrecto.
La castración del lenguaje es el principio de la castración moral. 
Se empieza diciendo "latinos" y "subsaharianos" en vez de panchitos y negros, y se acaba discriminando a los españoles en los comedores de Cáritas y de la Cruz Roja en beneficio de la marabunta inmigrante.
Se empieza diciendo "interrupción del embarazo" en lugar de aborto y se acaba tolerando el genocidio de miles de bebés.
Se empieza diciendo "nacionalistas catalanes" en lugar de separatistas hijos de la gran puta y se acaba creyendo que la unidad de España puede decidirla una urna o una sentencia judicial.
Viendo el panorama, uno ya no sabe si la solución a este envilecimiento es el paredón o el curso intensivo de Gramática.

J.L. Antonaya





  

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