20 ago 2015

Un oficio de riesgo.


Cuando se habla de profesiones destacadas por sus niveles de dificultad y especialización, la gente se suele  acordar de los neurocirujanos, de los físicos nucleares o de los inventores de aparatos de la Teletienda. Sin embargo,  nos olvidamos de una de los oficios más difíciles que existen y que necesitan compaginar un exigente criterio selectivo con una imaginación creativa y una gran capacidad de aguantarse la risa floja. Me refiero, naturalmente, a los seleccionadores de noticias de las grandes agencias de prensa.
Cuando leemos el periódico, escuchamos la radio o miramos la tele no somos conscientes del esfuerzo que hacen estos profesionales para proporcionarnos temas de conversación que no perjudiquen nuestra corrección política y que no nos induzcan a la peligrosa manía de pensar.
Cada noticia publicada debe cumplir una serie de requisitos y condiciones no siempre fáciles de satisfacer. La noticia debe, en primer lugar, respetar escrupulosamente todos los mandamientos del NOM, la Correción Política y las fiestas de guardar.
Veamos algunos ejemplos:
 Si, es un suponer, un negro asesina a un blanco, jamás debe hacerse la mínima referencia a que pueda tratarse de un delito de odio racista. Aunque el negro, pongamos por caso, haya propinado varios hachazos a su víctima llamándolo blanco de mierda.
Sin embargo, si un blanco se defiende de un atracador negro, es preceptivo destacar en titulares la xenofobia del despiadado supremacista blanco que, haciendo alarde de su intolerancia, no se dejó atracar.
 Si -como ya es tradicional cada vez que un afroamericano subsahariano de color fallece de forma violenta- sus congéneres protestan saqueando centros comerciales o destrozando el mobiliario urbano, nunca hay que hablar de actos vandálicos ni mucho menos de salvajismo, sino que la cosa debe presentarse en el contexto de las costumbres diferentes y la libertad de expresión.
En el caso de los crímenes pasionales también hay normas. Si, por ejemplo, un paisano se encuentra a su parienta con el repartidor del butano en la placentera tarea de elaborarle una hermosa cornamenta y, en un arrebato, dicho paisano le da matarile a la fogosa butaneroadicta, hay que presentar la noticia con el epígrafe incuestionable de violencia machista, violencia de género y demás denominaciones canónicas para lo que antes se conocía como ataques de cuernos.
Si, por el contrario, es la maruja la que sorprende a su maromo con una vecina de braga fácil y lo apiola con el cuchillo de cocina, en lugar de violencia de género, hay que hablar de enajenación mental y cosas así.
En el caso de peleas callejeras, también hay que redactar la noticia en función de la nacionalidad de los protagonistas. Si unos españoles se pegan con, por decir algo, unos panchitos, hay que hablar de peligrosos neonazis atacando a inocentes ciudadanos latinos. Eso, aunque los "latinos" en cuestión, en lugar de ejemplares de la Eneida o de las obras de Petronio, exhibieran machetes y navajas en el intercambio multicultural. 
Sin embargo, si la pelea es, por ejemplo, entre moros y chinos, está prohibido hablar de agresiones racistas y, como mucho, hay que decir que era una cosa de tribus urbanas y tal.
La cosa se complica cuando pasamos de los sucesos a la información internacional. Es obligatorio, por ejemplo, llamar terrorista a un palestino que, algo molesto con el hecho de que Israel le haya quitado su tierra, asesinado a su familia, demolido su casa y encerrado tras un muro, decida volar un puesto de control del Ejército Sionista, perdiendo su propia vida en esta acción.
Sin embargo, cuando dicho Ejército Sionista, en represalia por lo anterior, bombardea una aldea en Gaza asesinando a cientos de civiles indefensos, no está permitido calificar esto como terrorismo. Como mucho, se puede hablar de "tensión en la zona".
Como vemos, no es tarea fácil seleccionar y redactar las noticias que repiten los telediarios. Hay que tener en cuenta que si alguno de estos esforzados profesionales comete un error y publica alguna vez algo que cuestione, aunque sea un poco, la versión oficial progre-buenista, se arriesga a ser anatemizado con alguna de las palabras tabú (racista, fascista, machista, homófobo) y ser arrojado a las tinieblas eternas. 
Así que, a partir de ahora, cada vez que escuchemos un embuste en la radio, veamos una soplapollez en el telediario o leamos en un periódico alguna de esas noticias que parecen tomarnos por imbéciles, deberemos valorar la arriesgada labor de unos profesionales que se juegan el puesto para mantener nuestras mentes dentro del corral de lo políticamente correcto. Tengamos presentes en nuestras oraciones a estos beneméritos guionistas y a sus muertos más frescos.

J.L. Antonaya


  

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