El peligro que acecha no es la muerte.
Tampoco la prisión o la tortura.
Ni siquiera el dolor o la locura
por la esterilidad de un gesto inerte.
Es la mediocridad lo que nos mata:
el aplauso del necio y el mezquino,
el soborno halagüeño del ladino
y la vulgaridad gris y barata.
Sólo en la insurrección está la vida;
en la burla a los dogmas confortables
desfaciendo a mandobles los entuertos.
En este erial de Patria envilecida,
si dejamos de ser insoportables
entonces es que ya estaremos muertos.
J.L. Antonaya