3 jul 2018

Carta a una dama


Estimada señorita:
Me perdonará el atrevimiento de dirigirme a Ud. de esta forma tan intempestiva. Soy consciente de que está muy ocupada, pero apelo a su paciencia para que comprenda mi osadía. No quiero que juzgue grosera la ausencia de cumplidos en esta misiva. Dicha ausencia sólo obedece a la premura y al deseo de importunarla lo menos posible.
Aunque todavía no la conozco, me han hablado bastante de Ud. Incluso sé de muchos que - no se ofenda- presumen de haber coqueteado con Ud y algunos incluso dicen ser sus novios. No pretendo insinuar con esto que sea Ud. más casquivana que las gallinas, pero comprenderá que ciertos comentarios me tengan preocupado. Y más teniendo en cuenta su edad. Porque, no nos engañemos, Ud. ya no es una chiquilla. No dudo de sus encantos y atractivos- que espero saborear como es debido- pero me parece que el ingrato paso del tiempo la aleja a Ud. de la noble categoría de mujer madura para acercarla a la más delicada de vieja pelleja. Dicho sea desde el respeto.
Creo que, dado que hemos de cohabitar carnalmente y compartir intimidades y lecho, es el momento de dejarse de circunloquios y de abordar el asunto que me ha llevado a escribirle y que no es otro que mi preocupación por su limpieza.
Y no me refiero solamente a la adecuada higiene de bajos, sobacos y demás rincones estratégicos. Sé que es Ud. una profesional y confío en que mantenga los antedichos rincones en perfecto estado de revista. Lo que me preocupa son sus compañías.
Me explico: Es uso y costumbre habitual que, en los encuentros galantes con Ud., la escolten y propicien unos molestos acompañantes en forma de circunstancias y fatalidades. Y es la limpieza de esos acompañantes inevitables lo que me preocupa. O, por mejor decir, su rapidez y eficacia.
Le pediría que, en aras de la placidez de nuestro encuentro, tenga la deferencia de evitarme a los acompañantes más lentos y molestos, como, por ejemplo, la enfermedad larga y penosa, la asfixia, el ahogamiento o la calcinación en un incendio. Son cosas que me dan mucha pereza.
Preferiría, si es posible, algo más rápido y sorprendente, como una bala o el cobarde navajazo de un antifascista. En este último caso, me gustaría que tuviese Ud. a bien obsequiar al autor del finiquito, si no es mucho pedir, con alguno de los finales más lentos anteriormente citados o, en su defecto, con una visita de cortesía por parte de mis camaradas.
Agradeciendo su atención, beso a Ud. su descarnada mano y le envío un saludo afectuoso.
Atentamente,
J. L. Antonaya.

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