No es culpable el africano
salvaje y vociferante
que viola nuestras fronteras.
Tampoco el aspaventero
que en marabunta lustrosa
lloriquea victimismos
con teléfono de lujo
desde las negreras naves
de las oenegés obscenas.
Ni siquiera el sarraceno
fanático en sus rencores
que parasita el erario
y sueña nuestro exterminio.
Los culpables de la muerte
decadente y putrefacta
de esta Europa sometida
a judaicos paradigmas
y a experimentos sociales
endófobos y aberrantes
son los cursis y los necios
que repiten como loros
los eslóganes abyectos
de subnormales buenismos
y de demócrata escoria.
Cuando desde covadongas
y apocalípticas ruinas
haya que vengar la muerte
ignominiosa y oscura
de la cultura y la raza
que alumbró antaño al mundo
no hundáis vuestras alabardas
en la carne oscura y sucia
de la ralea invasora
sino en la trémula entraña
de los traidores infames
que les abrieron las puertas.
salvaje y vociferante
que viola nuestras fronteras.
Tampoco el aspaventero
que en marabunta lustrosa
lloriquea victimismos
con teléfono de lujo
desde las negreras naves
de las oenegés obscenas.
Ni siquiera el sarraceno
fanático en sus rencores
que parasita el erario
y sueña nuestro exterminio.
Los culpables de la muerte
decadente y putrefacta
de esta Europa sometida
a judaicos paradigmas
y a experimentos sociales
endófobos y aberrantes
son los cursis y los necios
que repiten como loros
los eslóganes abyectos
de subnormales buenismos
y de demócrata escoria.
Cuando desde covadongas
y apocalípticas ruinas
haya que vengar la muerte
ignominiosa y oscura
de la cultura y la raza
que alumbró antaño al mundo
no hundáis vuestras alabardas
en la carne oscura y sucia
de la ralea invasora
sino en la trémula entraña
de los traidores infames
que les abrieron las puertas.
J. L. Antonaya