24 abr 2015

CARTA A JOSÉ ANTONIO.


Jefe:
Sé que muchos camaradas, no tan camaradas, afines, conocidos y mediopensionistas se rasgarán las vestiduras ante esta osadía de escribirte. Soy consciente de que tu figura, tu gigantesca figura, ha sido posiblemente la más tergiversada, utilizada, maquillada y censurada de nuestra Historia. 
Y que cualquier opinión, reflexión, o simple alusión sobre ti, es la manera más fiable y segura de ganarse una legión de enemigos indignados; un ejército de perdonavidas pertrechados con los más sofisticados falangistómetros, fascistómetros y revolucionariómetros; una procesión de cofrades juramentados de la Santa Orden Joseantoniana de Estricta Observancia. Lo asumo.

Y, a estas alturas de la peli, se me da un ardite. 
Yo no quiero echar más leña a ese fuego estéril y cansino de la rancia polémica entre los que, desde la encampanada tribuna de su fatuidad, se atribuyen exclusividades y patentes a la hora de interpretar tu doctrina y tu trayectoria. 
Hace mucho tiempo que dejé de prestar oídos a los que, con mejor o peor voluntad, han estado décadas intentando adaptar tu indiscutible carisma a sus mezquinos, gazmoños, delirantes, ingenuos o acomplejados intereses y obsesiones.
No voy a perder ni un minuto discutiendo. 
Ni con los grotescos friquis para los que simplemente eres un símbolo estridente que fue la garantía de sus buenas digestiones y que consideran tu pensamiento como la salvaguarda de una España burguesa, beata, cuartelera y ramplona. 
Ni con los "modernos" y "auténticos" talibanes a la violeta que pretenden disfrazarte de progre y chillan escandalizados cuando alguien dice palabras malsonantes a sus políticamente correctos oídos. Palabras como Fascista, Revolución o Justicia. Son aprendices de sacristán que prefieren hablar de Democracia, Regeneración o Redistribución.
Allá cada cual con sus mitomanías. Si alguien se da por aludido puede optar por la vieja receta del ajo y agua, el recuerdo escatológico a mis familiares fallecidos o por enviarme a sus padrinos. A todos daré cumplida satisfacción si llega el caso.
Yo sólo te escribo para manifestar, una vez más, que por encima de recetas coyunturales, de academicismos eruditos o de dogmatismos intelectuales, fue tu ejemplo moral el que me convirtió en lo que soy. Fue la heroica historia de la Falange fundacional, ese incipiente y audaz Fascismo Español, la que me hizo comprender el significado de palabras como heroísmo, camaradería, valor y entrega.
Más tarde descubrí que ese sentimiento de la vida como milicia, de la Patria como misión y del Estado como comunidad organizada y expresión del espíritu de un Pueblo, no es algo que se circunscriba a nuestras fronteras. 
Conocí así a otros nombres que hablaban el mismo idioma espiritual en otras partes de ese proyecto milenario que se llama Europa. Nombres como Mussolini, Codreanu, Drieu La Rochelle, Julius Évola o León Degrelle. Nombres como Adolf Hitler.  
Fue ese idioma espiritual el que forjó la hermandad del combate entre aquellos camaradas con los que, en palabras de Manuel Hedilla "somos y nos sentimos consanguíneos".  
Para agradecerte una vez más que con tu vida y con tu muerte me enseñaras ese idioma, me cuadro y alzo mi brazo en el viejo saludo romano.

A Tus órdenes.

J.L. Antonaya 

        

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