7 sept 2015

Otra tele fue posible.

Anoche Iker Jiménez abría la nueva temporada de Cuarto Milenio con un programa especial dedicado a la figura de Félix Rodríguez de la Fuente. El emotivo homenaje al gran naturalista no defraudó a los que, en nuestra niñez, seguíamos cada semana los capítulos de El Hombre y la Tierra. Incluso la nota conspiranoica en torno a la muerte de Rodríguez de la Fuente no desentonaba en aquel contexto, el de los sucios y sangrientos años ochenta, en los que, a golpe de cloaca, nos vendieron las excelencias de la incipiente partitocracia y en los que aquellos que no encajaban en los planes de los beneficiarios de la tramoya eran eliminados sin miramientos. El mismo año en que murió Félix, los esbirros del nuevo régimen asesinaron a Juan Ignacio.
Lo más políticamente incorrecto del magistral programa no fueron, sin embargo, las dudas sobre las versiones oficiales del accidente o la "misteriosa" desaparición de documentos y películas sobre el asunto. Más allá de la tragedia concreta, lo más interesante del programa fue dejar entrever que, en esa época, la televisión era algo muy distinto del basurero de estupidez y vulgaridad actual. Y, sobre todo, que la política de entonces, con todos sus fallos, estaba a años luz del patio de Monipodio de ahora.
Para los que sólo han conocido la chabacanería hortera de Telecinco, la demagogia mojigata de Antena 3, el sectarismo de La Sexta o la cutre propaganda partidista de las innumerables y corruptas cadenas públicas, es inimaginable concebir que hubo un tiempo en España en el que una televisión regida, en general, por el rigor y el buen gusto, era seguida apasionadamente por millones de españoles. 
Con los parámetros de gregarismo y degeneración social actuales parece increíble que una tele que, en lugar de bazofia emitía funciones de teatro clásico en directo, fuera tan seguida por todo el mundo. Que unos concursos que no tenían que rebajar el nivel de dificultad de sus preguntas hasta límites oligofrénicos, fueran, además de instructivos, entretenidos. Que, en lugar de lavar el cerebro de los niños con orgullos "gais", multiculturalismo y demás basura, fomentaba el deporte en los colegios y el amor a la aventura. 
Aquello, sin embargo, duró poco. Por obra y gracia de los "nuevos tiempos", los reportajes de guerra de Pérez Reverte o De la Quadra Salcedo, dieron paso a las versiones judiwoodienses de las agencias internacionales de noticias. Los análisis políticos críticos como los de Alfredo Amestoy, fueron sustituídos por el lameculismo del nuevo periodismo de la mojigatocracia. El humor inteligente de Tip y Coll dio paso a las bufonadas de garrafón de guarromings y buenafuentes. 
Para los españolitos que han nacido en nuestra ejemplar mierdocracia parlamentaria es muy difícil imaginar aquel tiempo en el que la tele no se había convertido del todo en una máquina de lobotomizar y troquelar imbéciles sumisos y políticamente correctos.

J.L. Antonaya


  

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