21 dic 2015

Los aguafiestas del HSM.


"Es necesario que seáis los aguafiestas de España. Que cada uno os convirtáis en un aguijón para hacer ver a todos que no nos resignamos con semejante estado de cosas."
José Antonio.

Siempre he creído que dentro de esa apoteosis de la demagogia, la hipocresía y la mentira que son las Elecciones, el momento más bochornoso se produce cuando, tras cerrarse las urnas y contarse los papelitos depositados por los incautos para elegir parásito, los diversos candidatos hacen balance de los resultados.

Ver a todos los vendedores de crecepelo rodeados de sus palmeros y diciendo las vacuidades de rigor es el momento más obsceno de toda la tramoya. Hayan ganado o perdido, los distintos cantamañanas suelen dar las gracias a sus correligionarios por el esfuerzo realizado. Como es sabido, dicho esfuerzo consiste en recorrerse la geografía nacional a costa del erario público repitiendo eslóganes. También suelen felicitarse por el hecho de que los españoles no hayan escarmentado y sigan echando en una cajita cada cuatro años esos papelitos que son su coartada y pretexto.
En el caso de ayer, la náusea es mayor que otras veces.
Por un lado, viendo en la sede pepera la recua de pijos, tontolabas y patrioteros de salón aplaudiendo al tiparraco que con su negligencia, cobardía y cinismo ha situado a España ante una de las peores encrucijadas de su Historia.
Al tipo que ha soltado etarras, que ha mantenido la Ley del Aborto, que ha sido el felpudo de los resentidos de la Memoria Histérica, que ha lamido el prepucio del separatismo y que ha fomentado y consentido la corrupción más voraz.
Los borjamaris y marujas de diseño aplaudían al sujeto y canturreaban que ellos eran españoles, españoles, españoles. Ya se sabe que para los soplagaitas que ayer agitaban la Bandera Nacional con el pusilánime escudito borbonín, España es sólo una marca comercial.
Por otro lado, la banda podemita, con esa mezcla siniestra de demagogia, cursilería y mala sangre que define al rojerío cañí, celebraba en una plaza madrileña su hediondo aquelarre. 
Anticipando prebendas y sopas bobas, la piara marxista disfrutaba su botellón electoral. Apoteosis de puños en alto y rastas piojosas entre porros y calimocho. Nada nuevo en ese rojerío que esta vez ha sabido vender como una novedad el apolillado y resentido mensaje de siempre. Una vieja mierda envuelta en el celofán del chupiguayismo buenista.
Y patrocinada, no lo olvidemos, por los borjamaris de antes. La zorrería pepera pretendía conseguir mediante el miedo los votos que ya eran incapaces de trincar con otros argumentos. Pero se les ha ido la mano.
Anoche, mientras esperaba que la Cuatro terminase la charlotada electoral para ver Cuarto Milenio, observaba a la horda de podemitas eufóricos. De pronto, el locutor que retransmitía el festejo empezó a hablar de un incidente debido a una "provocación". Lo que había provocado los espumarajos y alferecías del rojerío había sido un grupo de españoles exhibiendo nada menos que ¡banderas de España! y dando la bienvenida bufa a la "república bolivariana de España".
Es sabido que, para el rojo español, una Bandera de España es como el ajo para el vampiro, el perfume para la feminista o la verdad para el narigudo. Repelente e irritante instantáneo.
Admiré los cojones de esos compatriotas que, en una jornada triste y sucia, me habían alegrado la noche irrumpiendo en medio de la parranda progre como hobbits en las Fiestas Patronales de Mordor.
Más tarde me enteré de que los que habían aguado la fiesta a los enemigos del jabón fueron un puñado de militantes del Hogar Social Madrid.
Más allá de la anécdota, el valiente gesto de la gente del HSM fue el mejor recordatorio para los buitres que se reparten el botín tras la tómbola electoral de que no lo van a tener tan fácil mientras haya españoles sin miedo. 

J.L. Antonaya



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