Es sabido desde siempre que el
verdadero rostro de la gente sólo se ve en los momentos de tensión
extrema. En la guerra, por ejemplo, es donde el ser humano muestra su
naturaleza más auténtica: el valiente demuestra su valor venciendo
al miedo, el cobarde se convierte en un ratón asustadizo, humillado
y suplicante, el miserable se degrada hasta las cotas de vileza más
repugnante y el generoso ofrece su misma existencia en aras de la
lealtad y la camaradería.
Ejemplos de lo anterior se pueden ver en
cualquier guerra. En todos los conflictos hay Alcázares de Toledo y
matanzas de Paracuellos, defensas de Montecasino y bombardeos de
Dresde. En la naturaleza humana conviven lo sublime y lo vil.
Sin llegar al extremo bélico, hay otra
circunstancia donde la gente muestra su auténtica naturaleza: el
éxito del amigo. El mejor termómetro para medir el grado de triunfo
no es la valoración del enemigo declarado, sino la reacción de los
presuntos afines.
Si, ante el éxito fruto del sacrificio
el “afín” te acusa de tener suerte...
Si, por liderar el esfuerzo, te acusa
de afán de protagonismo...
Sí considera tu solidez como una
amenaza a su mediocridad...
Si no te perdona la ayuda que le diste
generosamente...
Si se indigna cuando saltas ante sus
continuos pinchazos...
Si se toma como una ofensa imperdonable
la ausencia de tu aplauso servil...
..es que lo estás haciendo de puta
madre.
J.L. Antonaya