20 feb 2016

Cómicos.


Como suele afirmar mi camarada Giovanni, uno de los signos más claros de la decadencia de una sociedad es conceder importancia y crédito a la opinión de los cómicos, entendiendo por tales a cuantos desde las tablas de un escenario, el plató de un estudio o la pista de un circo, se dedican, con mayor o menor maestría, a divertir o entretener al público.

 Esta labor de entretenimiento es, sin duda, una ocupación noble y necesaria alcanzando a veces cotas de excelencia artística. El problema aparece cuando se da por sentado que por el hecho de ser actor, bailarín, torero, humorista o cantante, se tiene una superioridad intelectual y una opinión más fundada sobre la realidad que la del resto de los mortales. 
El caso es que suele suceder todo lo contrario: con frecuencia, el actor de éxito, el cantante famoso o el músico sublime. al tener que cultivar el virtuosismo en su faceta artística, ha tenido que descuidar su formación y su cultura general.
 Esto no quita para que analfabetos funcionales sean, sin embargo, artistas de gran talento de la misma forma que muchos licenciados universitarios, doctores Cum Laude y Masters del Universo son absolutamente imbéciles.
A propósito de imbéciles, es curioso comprobar cómo muchos periodistas, cuando entrevistan a algún actor, cantante o similar, en lugar de preguntarle por las quisicosas propias de su oficio, se empeñan en que el farandulero se pronuncie sobre la actualidad política, el sentido de la vida o cualquier otra cuestión por peregrina que sea.
 Ante este lance, la mayoría de entrevistados suele aceptar el envite y asume con pedantería su papel de "formador de opinión" repitiendo con engolamiento todos los lugares comunes, topicazos y cursilerías inanes que han escuchado en boca de políticos, locutores y demás cacatúas políticamente correctas. Se alimenta así un bucle sin fin de idiotez, papanatismo y sandeces. Democracia cultural.
A veces, este prejuicio paleto de considerar a cualquier cómico un "intelectual" se lleva al extremo de otorgarle poder político. 
Teniendo en cuenta el nivel de nuestros políticos, la idea de sustituirlos por cómicos no deja de ser tentadora. Posiblemente serían igual de inútiles, pero al menos nos reiríamos. No dejaría de tener su punto que, por ejemplo, en la Moncloa, en lugar de un payaso amateur, hubiera un clown profesional. Con cualquiera de los chistosos del Club de la Comedia en la Zarzuela, seguro que el Discurso de Fin de Año sería igual de ridículo pero con más salero. Tampoco estaría mal que en lugar de una Vicepresidenta culibaja y repelente, tuviéramos en ese puesto a alguna actriz buenorra de largas piernas y culo prieto.
El problema surge cuando el cómico propuesto para un cargo político carece de gracia, talento y vergüenza. Es lo que pasa con el creciente rumor de que los podemitas, cuando tomen el poder, van a nombrar Ministro de Cultura a Miguel Bosé.
Aunque el hijo de Luis Miguel Dominguín, al ser imbécil, pedante y pijoprogre, reúne los requisitos para ser ministro en un "Gobierno de Progreso", de talento anda bastante justo. 
Creo sinceramente que el Ministerio de Cultura sería mucho más apropiado para Leo Harlem, que por lo menos tiene gracia.

J.L. Antonaya  
     

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