9 may 2018

De tiempos atrasados, ingeniosos hidalgos y marionetas descabezadas.


Aunque parezca mentira, hubo un tiempo en el que los planes de estudio no estaban diseñados, como ahora, por oligofrénicos (y oligofrénicas), resentidos (y resentidas) o fanáticos (y feministas). 
Y, aunque cueste creerlo, la programación televisiva no estaba pensada, como ahora, para agradar solamente a analfabetos sumisos, transexuales rijosos o marujas mononeuronales.

Y, lo más increíble, los chavales en lugar de mirar el móvil, jugaban en la calle con otros chavales. 
La gente se comportaba de forma extraña y hacía cosas extravagantes como ceder el asiento en el metro a los ancianos o a las embarazadas. Cosas de una sociedad represiva y heteropatriarcal, supongo.  
Los jóvenes que, gracias al Nuevo Orden Mundial tan moderno y tal, no han tenido que padecer los tebeos del Capitán Trueno, Tintín o el Guerrero del Antifaz y los libros de Julio Verne o Emilio Salgari, no pueden hacerse una idea de la suerte que tienen al poder pasar su tiempo libre enviando mongoladas por el wassap. 
En aquellos tiempos atrasados y felizmente superados, en lugar de lecturas normales como Sombras de Grey o las Memorias de Belén Esteban, había gente que leía cosas extrañas como La Regenta o El Quijote. Era, sin duda, una sociedad enferma.
Pero los que pasamos nuestra infancia en esa época oscura nos tuvimos que adaptar y, aunque ahora nos dé cierto rubor reconocerlo, llegamos a disfrutar con esos libros extraños. 
Y, quizá, nuestra forma de ver el mundo esté marcada por las desventuras y avatares del ingenioso hidalgo. 
Aunque la mayoría de los de mi quinta tomaron como modelo la garbancería sanchopancesca y prefirieron el egoísmo garrulo, el agradecimiento estomacal y el servilismo adulón ante los poderosos, algunos, muy pocos, no hemos tenido empacho en pasarnos la vida guerreando contra los molinos de viento de la mediocridad políticamente correcta. Que, aunque algunos no se lo crean, no son molinos sino unos gigantes tan fofos, cobardes, traidores e hijos de puta que parecen diputados.
Pero, más aún que la aventura de los molinos, mi capítulo preferido es el del Retablo de Maese Pedro cuando don Alonso Quijano ataca, espada en mano, la tramoya de los monigotes y descabeza marionetas y títeres.
Si hubiese que hacer la adaptación de este episodio al guión de una peli, habría que sustituir el retablo por un plató de televisión, las marionetas y muñecajos por algún guarroming, buenafuente, anarrosa o similar y la espada por un AK-47.


J. L. Antonaya 
   

           

PASANDO...