13 may 2018

M.A.V.


Entre todos los oficios, quehaceres y empeños de esta amalgama de descontentos, tropilla de revoltosos, jaula de grillos, guerrilla de impertinentes y quebranto de biempensantes que algunos dan en llamar área patriota, pocos son más ingratos que el de editor.

Si desde antiguo se sabe que escribir en España es llorar y que, como decía el gran Manco de Lepanto, el año que es abundante de poesía suele serlo de hambre -y aunque sea sabido que no hay libro tan malo que no contenga alguna cosa buena- si escribir es llorar, editar debe ser desdicha comparable a los más amargos duelos. 
Pues si ya es difícil -en esta tierra de mirones de telebasura, de analfabetos de tertulia y de filósofos de taberna- que alguien lea otra cosa que periódicos deportivos, prospectos de viagra y otras letras de poco fuste y mucha bellaquería, más aún es que los pobladores de esta malhadada piel de toro, más inclinados a la adulación del poderoso que a la crítica de sus vicios y maldades, se rasquen el bolsillo para comprar libros de aquellos que los nuevos inquisidores -en las piojosas checas del sectarismo podemita o en las hipócritas y melindrosas covachuelas de la derecha- anatemizan con el epíteto de "políticamente incorrectos" o, en los casos que más les molestan, de "fascistas".
Tengo la ventura de contar en la escueta y lacónica nómina de mis amigos y camaradas con uno de estos quijotes de la letra impresa.
Miguel Ángel Vázquez, -cronista minucioso de la historia falangista, editor de pequeñas y raras joyas de las perseguidas y silenciadas letras azules- empuña, cachazudo y firme, el timón de la Librería Barbarroja, uno de los escasos altavoces de disidencia y lealtad en un panorama editorial domesticado por las contemporizaciones bastardas y los comercialismos indecentes de dogmas capones y políticamente correctos.
Es Miguel Ángel hombre paciente, consejero sensato y, a veces, algo pesimista  pero siempre cabal y sosegado. Por eso, al hallar alterado y propenso a repartir mandobles su habitualmente calmo talante lo supe víctima de alguna maledicencia o vileza. 
Y es que, efectivamente, un bellaco indigno de ensuciar con su nombre esta página -un vividorcillo de sensacionalismos baratos, una ladilla del amarillismo más burdo- había insultado a M.A.V. llamándolo algo así como "pseudoeditor". El tipejo pretendía hacer burla del, según él, escaso tirón comercial de los libros de Barbarroja. 
Las mentes miserables -mezquinas gusaneras ahítas de hebraicos cálculos y balances de beneficios- no pueden entender que los empeños más nobles y las empresas más esforzadas no se emprenden por el ánimo de lucro, que aunque legítimo, es sólo consecuencia y no objetivo, justa recompensa y no prioridad bastarda. 
Si Miguel Ángel Vázquez buscase riquezas facilonas y beneficios a cualquier precio, no dedicaría sus esfuerzos a la Cultura y a la Historia, sino que quizá editaría alguna "tribuna" mendaz y aspaventera para halagar los bajos instintos de paletos reaccionarios.

J.L. Antonaya.    

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