2 mar 2019

Crónica de una confusión.


Nos habían dicho que el acto era una presentación de libros de Alfonso Paso, pero se trató, sin duda, de una confusión.
Porque aquello fue mucho más.
Ayer, en la Hermandad de la Vieja Guardia de Madrid, se vivió uno de esos momentos que marcan la memoria con la impronta de lo sublime y lo emotivo.
La presentación de la recopilación de artículos "Los Pasos perdidos" y de la genial obra teatral "La Corbata" fue sólo el pretexto para escuchar los testimonios de dos de esas personalidades excepcionales -tan raras en el actual imperio de la vulgaridad egoísta- que anteponen en su existencia el deber al interés, el cariño a la comodidad y la lealtad a cualquier otra consideración.
Antonio Gibello, el insigne director del último Alcázar, hizo mucho más que ilustrarnos sobre los ideales políticos del gran dramaturgo, del que fue amigo y camarada, mostrándonos uno de los artículos periodísticos menos conocidos de Alfonso Paso.
 Hizo mucho más que deleitarnos con las anécdotas personales que, por su vinculación casi familiar con Alfonso Paso, convertían las muestras de la nobleza de espíritu del comediógrafo en algo casi cotidiano.
Gibello -que aúna su veteranía venerable de periodista culto con su condición de falangista orgulloso de serlo, de caballero intachable y, sobre todo, de buena persona- al relatar ante el repleto Salón de Actos de la Vieja Guardia sus vivencias junto a Alfonso Paso en la Redación de El Alcázar, nos hacía partícipes emocionados de la bonhomía, el talento y la belleza de espíritu del intelectual irrepetible que fue su amigo y- en sus propias palabras- su "hermano mayor". 
Y Almudena Paso, la hija del autor, volvió a embelesar al auditorio con esa mezcla de pasión, sinceridad, humor, emoción y brillantez que es parte indivisible de su personalidad tempestuosa.
Almudena fue en su intervención de ayer, sin solución de continuidad, dama cosmopolita, empresaria luchadora, comentarista política, patriota militante, biógrafa emotiva, pero, sobre todo, hija añorante y apasionada.
 Esa pasión  -que circula por sus nervios como un eléctrico agitar de rabos de lagartija- se contagió y nos emocionó a los que tuvimos el privilegio de escucharla. 
Una vez más, compartir asistencia, afinidades, afanes y- más tarde- cervezas con los camaradas y amigos que llenaban el salón de la Hermandad de la Vieja Guardia de Madrid me hizo percibir, en su forma más rotunda, la inefable satisfacción de formar junto a los mejores. 
La íntima convicción de que solamente en las generosas y valientes filas del Fascio español se encuentran personas tan excepcionales como las que ayer recordaron a uno de nuestros intelectuales más brillantes.

J.L. Antonaya

      
       

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