17 oct 2019

COSAS DE HOSPITALES

   Por motivos de los que ahora no quiero acordarme, últimamente he tenido que visitar los hospitales madrileños con una frecuencia que sólo les deseo a los guarros que, protegidos por la Policía Nacional, se manifestaron ayer en Madrid en apoyo del separatismo, a los maderos que reprimieron a los patriotas por defender la unidad de España y a los picoletos que con tanto entusiasmo colaboran en la profanación del Valle de los Caídos. 

   Al Presidente profanador, ministros traidores, monarcas felones y demás secuaces de la Antiespaña no les deseo, sin embargo, una experiencia tan desagradable – hasta en el hijoputismo hay categorías- sino el ambiente mucho más relajado de una morgue.
   Volviendo al asunto clínico , hay varias cosas que llaman la atención cuando se visita alguno de nuestros hospitales:
   La primera es -las cosas como son- el buen trato que suelen dispensar a los pacientes. El nivel de amabilidad suele ser directamente proporcional a la categoría laboral del personal sanitario. Mientras entre celadores y funcionarios de ventanilla pueden encontrarse especímenes bordes y desagradables, entre los enfermeros suele haber gente muy amable, y entre los médicos, aunque de todo hay, es francamente raro encontrar gente maleducada.
   La segunda es la superpoblación de extranjeros. Al igual que ocurre en las cárceles, o en las listas de beneficiarios de ayudas al alquiler, becas de comedor y otras subvenciones, el porcentaje de extranjeros, sobre todo moros, en las urgencias, consultas y demás servicios de la Sanidad pública es muy superior a su número real con respecto a los españoles.
   Este pernicioso espejismo, que hace que algunos ciudadanos poco informados puedan tener la sensación de que hay demasiados, se compensa con su ausencia absoluta en las covachuelas y negociados de la administración tributaria. 
   Cuando uno va a Hacienda tiene por un momento la ilusión de que vive en un país sin inmigrantes, sin bandas “latinas”, sin violadores menas y donde los beneficiarios de las ayudas sociales son españoles. Ilusión vana y efímera que se desvanece rápidamente cuando uno se sube al Metro, pero algo es algo.
   La tercera cosa que llama la atención, fruto posiblemente de la anterior y de la sumisión de nuestros responsables sanitarios al dogma políticamente correcto, es el omnipresente multiculturalismo en los carteles y propagandas hospitalarias. En cualquier foto de estos carteles siempre aparecen tipos de diferentes razas. A veces uno no sabe si está en un hospital español, en la redacción de National Geographic o en la sede de marketing de Benetton.
   Curiosamente, este batiburrillo multicolor desaparece cuando la finalidad del cartel es buscar donantes de sangre. Ahí todos blancos. Igual es que los moros son poco dados a que su sangre sirva para salvar la vida de los perros infieles o se lo prohíbe el Corán o algo y los diseñadores de la campaña consideran una pérdida de tiempo pedirles donaciones. Cualquiera sabe.


   La cuarta cosa es que en los hospitales españoles ya no hay capillas, sino “salas de culto”. Personalmente se me da una higa el asunto eclesial y mi nivel de simpatía por la clerigalla es menor que cero.  Creo que, con rarísimas excepciones como la del Prior del Valle, el clero español, especialmente la Conferencia Episcopal, con su complicidad con las profanaciones de tumbas, sus simpatías por el separatismo y su lameculismo del poder secular es, por decirlo de una forma suave, un hatajo de bastardos con sotana.
   Pero, más allá de mis opiniones personales por la fauna clerical, esto de las “salas de culto” da que pensar. Me pregunto, por ejemplo, si en virtud del principio de reciprocidad, en los hospitales de Marruecos hay posibilidad de celebrar ceremonias cristianas. O si, en lo relativo a la santería, vudú y resto de creencias a las que tan aficionados suelen ser algunos de nuestros hermanos hispanoamericanos, en las “salas de culto” se pueden degollar pollos o celebrar candomblés. La verdad es que estas liturgias caribeñas pondrían una nota festiva en el monótono ambiente hospitalero.
   En el caso de los negros subsaharianos de color, por ejemplo, estaría bien que pudiesen bailar alguna danza como las de las películas de Tarzán, con plumas, pieles de leopardo y esas cosas. 
   También sería muy pintoresco ver a los hebreos con sus gorritos y sus tirabuzones en las patillas, pero me da a mí que ésos son más de clínica privada y no se mezclan con los goyim (ganado) que es como nos llaman a los que no somos “elegidos” como ellos.
   En fin, la próxima vez que vaya consultaré estas cuestiones en Atención al Paciente.


J.L. Antonaya

PASANDO...