pues las horas postreras ya han sonado
con lúgubre doblar de funerales
y el paso inexorable de lo muerto.
La hora de elegir sin dilaciones
entre el dogal, la soga y la mordaza
del conformismo tibio del esclavo
o la intemperie de dolor y lucha
que no elude la pólvora y la sangre.
A pesar de saber que la Victoria
ya nos negó su abrazo hace decenios
como castigo a nuestra inconsistencia
de perros ladradores que no muerden.
A pesar de saber que no hay futuro
y que la lepra de fango y decadencia
no detendrá su paso putrefacto
por nuestra inmolación irrelevante.
Pero ya sólo importa la mirada
que nos juzga en el fondo del espejo.
J.L. Antonaya