Ya sólo permanecen los proscritos
guardando la trinchera de la Patria.
Los perseguidos y los indomables.
Los únicos que quedan en la lucha
frente al ciclón de insidia y decadencia
que invade nuestro suelo envejecido
y ensucia con su baba venenosa
el fulgor inmortal de nuestra Historia.
Son los malditos y los calumniados
los que al final sostienen las banderas
que los traidores y los complacientes
hundieron en el lodo y la vergüenza.
Son pocos los que nunca se doblaron.
Y muchos los oscuros invasores
que traen los viles y los usureros
en sucias oleadas hediondas
camufladas en jergas de buenismo.
Son muy pocos los bravos y leales
y muchas las consignas mentirosas
que esparcen en las teles y en las redes
las putas de micrófono y pesebre.
Aunque pocos, con su lucha insomne,
desgastan los cimientos putrefactos
de las multicolores tiranías
que ilegalizan lo bello y verdadero.
Y el enemigo lo sabe en lo profundo
de su mente aberrante y enfermiza.
Sabe que los proscritos , aunque pocos,
son semilla de luz y multitudes.
Y el enemigo impone sus mordazas
y sus persecuciones insidiosas
porque sabe que mientras quede uno
que niegue sus mentiras y sus dogmas
seguirán encendidas las antorchas
de la Patria, la Sangre y la Cultura.
Las antorchas en brazos juveniles
que alumbrarán la lucha y la esperanza
en un alba de Europa renacida.
J. L. Antonaya