26 feb 2015

Confesión sin propósito de enmienda.

"En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario".

George Orwell


En la neolengua del dogma políticamente correcto, nada es lo que parece. Igual que en una fantasía orwelliana, los conceptos se retuercen, se distorsionan y se envuelven en eufemismos de obligado cumplimiento para que nadie ose cuestionar su validez.
Así, ante el llamado "delito de odio", alguien no iniciado en la hipocresía y cinismo inherentes a nuestro ejemplar Estado de Derecho, pudiera pensar que su función es reprimir, por ejemplo, las incitaciones de los separatistas a asesinar españoles como las producidas hace poco en las fiestas de carnaval de Solsona. O las numerosas proclamas que los antifascistas hacen a diario en sus publicaciones animando a agredir, expulsar o encarcelar a cualquiera que no comulgue con su doctrina. O a los peperos que excarcelan etarras y violadores en una muestra de odio y desprecio a las víctimas de estos delincuentes. O a los pijoflautas de Podemos cuando reivindican la guillotina y la violencia para implantar su peculiar concepto de democracia. 
Pero resulta que no.
Las actitudes anteriores no son un delito de odio, sino legítimas expresiones de la libertad de expresión. A ver si nos vamos enterando. En España disfrutamos, igual que en el resto de colonias yanquisionistas, protectorados del NOM y demás países de nuestro entorno, de libertad de expresión. 
En España es legal y hasta está bien visto, insultar y vejar a la Bandera, cachondearse de la religión mayoritaria de los españoles, mentir y tergiversar nuestra Historia o cagarnos en nuestros ancestros. 
Sin embargo, fíjense qué curioso, denunciar la islamización de nuestra sociedad se considera "delito de odio" como el que el sanedrín giliprogre intenta imputar al Presidente de la ACIMJI, Asociación a la que me honro en pertenecer. 
Comoquiera que no estoy versado en los laberintos y matices de la Santa Inquisición Politicorrecta y en sus alambicadas y sesudas interpretaciones, teoremas, excepciones y silogismos, procedo a continuación a hacer pública confesión de mis odios, por si fueran constitutivos de delito y facilitar así la esforzada labor de chivatos, lameculos, sicarios, palmeros y correveidiles de ceneís, brigadas de información, checas culturales y demás admirables instituciones que velan por nuestra ortodoxia democrática, y a las que deseo cordialmente que disfruten pronto de la recompensa que merecen sus esfuerzos.
Ahí va:
- Odio la hipocresía de nuestros legisladores cuando disfrazan de tolerancia y buenismo su intransigencia, sectarismo y estupidez.
- Odio la manipulación del lenguaje que utilizan los periodistas, tertulianos y demás voceros del Sistema para hacernos comulgar con las ruedas de molino de su cretinismo y vileza.
- Odio el genocidio de mi pueblo mediante la inmigración masiva y la imposición del multiculturalismo.
- Odio la cobardía y sanchopancismo de nuestra cúpula militar ante el desmembramiento de nuestra unidad nacional.
- Odio a todos los paniaguados y subvencionados parásitos que viven a costa de la miseria de los españoles: políticos, cocougeteros (me niego a llamarlos sindicalistas), banqueros, artistas sin arte, tertulianos sin cultura, actores sin talento, bufones sin gracia y oenegeros sin vergüenza.

Y además me cago en la puta que los parió a todos.

J.L. Antonaya


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