1 may 2014

Arte amateur.

Aunque a veces resulte un poco coñazo, hay que reconocer que lo del arte espontáneo realizado por aficionados, tiene su punto. Los hombres-estatua, por ejemplo. Aunque hay de todo, algunos de los disfraces y montajes que se curra el personal son dignos de admiración. Y el estarse quieto y sólo moverse cuando les echan dinero, tiene su mérito. Ya sé que es lo mismo que hace cualquier concejal de Urbanismo, pero realizado con más esfuerzo y elegancia y por bastante menos pasta.  

O los pintores callejeros. No me refiero a los capullos con espray que se dedican a ensuciar las paredes con sus enrevesadas firmas para mostrar sin complejos su discapacidad al mundo entero. Aunque algunos giliprogres consideran a estos grafiteros "artistas urbanos", creo que tienen más de candidatos a la clínica de desintoxicación que a la galería de arte. No, yo hablo de esos pintores que, incluso con simples tizas de colores, son capaces de crear auténticas obras maestras sobre una acera. Algunos de ellos tienen un talento que haría sonrojarse a  los cotizadísimos pintamonas de Arco si tuvieran vergüenza.
O los músicos. Aunque algunos son realmente molestos y parecen sacados de algún documental de National Geographic sobre tribus sin evolucionar, también hay auténticos virtuosos que merecerían mejor suerte. 
Otro campo donde el talento popular suele brillar es el humor. Una chirigota del Carnaval de Cádiz suele ser bastante más graciosa, aguda y certera que el más aplaudido, rebuscado y políticamente correcto de los monologuistas y graciosetes oficiales de las diversas telebasuras. 
Pero lo que sin duda se lleva la palma es el teatro callejero. El arte dramático quizá sea, junto con la tauromaquia, la manifestación cultural que más hondas emociones es capaz de transmitir. El actor profesional es un artista que, además del talento innato, necesita autodisciplina y esfuerzo para perfeccionar su obra.
Por eso es tan admirable la labor de esos actores aficionados que, con más ilusión que talento, se esfuerzan en representar un papel para, por unos momentos, vivir unas vidas totalmente distintas a las suyas.
Hoy, Primero de Mayo, es un día especial para estos ardorosos aprendices de cómico. En toda España se celebran multitudinarias manifestaciones que, entre el jolgorio y la general algazara, sirven para que miles de ilusionados payasos luzcan su afición ante las cámaras de televisión. Entre estos simpáticos espontáneos los hay de toda clase y condición. Desde el circunspecto funcionario que, por un día, olvida su sacrificado trabajo para convertirse en improvisado autor de manidos aunque celebrados pareados, hasta el entrañable tonto del pueblo que acude a corearlos. Desde la venerable abuela que cambia el chándal de diario por otro con la sagrada efigie del Che Guevara o algún mastuerzo similar y así sentirse una peligrosa revolucionaria por un día, hasta el panzudo liberado sindical que abandona el sofá y el restaurante de lujo para, con valentía y fiereza, levantar su puño amenazando a la oligarquía ociosa y explotadora.
 En aras de su afición, incluso muchos líderes sindicales sacrifican su bien merecido descanso en este largo puente y, en lugar de disfrutar de sus modestos yates y sus proletarias mariscadas, no tienen ningún problema en mezclarse con el pueblo llano, aporrear sus mismos tambores y tocar sus mismos pitos. Hasta los abnegados organizadores de cursos de formación laboral han aplazado su viaje de negocios a las Bahamas o a Caimán, para poder estar compartiendo afición con el resto de simpáticos bufones.
Es admirable esta gran fiesta del esperpento. Con un pueblo tan aficionado al teatro y a la mascarada, la vieja farsa no puede morir. 

J.L. Antonaya
   

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