21 may 2014

Polémicas bizantinas y chuminadas electorales.

Hay pequeños detalles que, por sí solos, dicen más del estado de decadencia  de nuestra sociedad que los más sesudos tratados sobre la degeneración y el envilecimiento de la peña.
Por ejemplo, el hecho de que el siempre hortera Festival de Eurovisión haya sido ganado por un travelo con barba y que todo el pesebre periodístico haya celebrado la victoria del tiparraco, dice mucho más sobre la influencia del lobby julandrón que cualquier tesis doctoral sobre manipulación de la opinión pública.
El que arrojar un plátano a un negro en un partido de fútbol esté peor visto que arrojar un cóctel molotov a un niño blanco en una granja sudafricana, revela mucho más sobre el poder creciente del sanedrín antiblanco que cualquier estudio pormenorizado sobre estupidez colectiva y suicidio cultural. 
La alianza entre resentimiento, gilipollez  y endofobia que constituye la santísima trinidad del dogma políticamente correcto es la base de toda la tramoya grotesca y solemne mamoneo de la democracia parlamentaria. Eso es cada vez más evidente. Lo que pasa es que en época de elecciones el asunto alcanza niveles de caricatura. Si no fuera porque todo el circo electoral está financiado con nuestro dinero y tiene como objetivo vendernos la moto para que los sinvergüenzas sigan viviendo a nuestra costa, la cosa tendría hasta gracia. 
La ultima muestra del nivel intelectual de los politicos y de la inteligencia de su electorado es la polémica sobre el supuesto machismo de un comentario del candidato pepero frente a la candidata sociata.  Que el debate principal de la campaña electoral se centre en estas gilipolleces habla con más claridad de la naturaleza artificiosa y farsante del sistema que el más brillante tratado sobre timos colectivos, engañabobos profesionales y votantes subnormales. 
Y es que, como resulta que en asuntos como la corrupción generalizada, los regalos de dinero público a los banqueros, la hegemonía separatista o la miseria creciente de los españoles todos los partidos tienen mucho que callar, no les queda más remedio que debatir sobre chuminadas. 
Lo peor es que da igual: aunque los debates tratasen sobre cuál es el mejor remedio contra las ladillas, siempre habría gilipollas que les votarían.

J.L. Antonaya

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