10 jul 2014

El horror.

Hay veranos en que la actualidad se amodorra en un letargo tedioso de canícula. En estas fechas, los informativos suelen languidecer entre las consabidas crónicas sobre el turismo, el calor y algunos sucesos para hacer bulto. Este año no.
Este año hasta el clima extrañamente fresco parece anticipar la tormenta de mierda que se cierne sobre España. En septiembre, la mafia separatista ganará a los puntos por incomparecencia del presunto rival: un Gobierno más preocupado por defender las prebendas de la casta parásita que por cumplir con su obligación de mantener nuestra integridad territorial.
Mientras, la extrema izquierda, que ha sabido utilizar astutamente el descontento general, comienza a quitarse la careta de buenista giliprogre, afila sus cuchillos y desempolva sus nostalgias tricolores de checa y paredón. Algo que le viene de perlas a la derecha, a la que el único argumento que le queda para perpetuar el chollo democrático es la explotación del miedo a la perroflautada republicana, bananera y bolivariana. El miedo de la escoria a la escoria. La hipertrofia de la consigna burguesa y cobarde del voto útil y del mal menor.
Este año abundan los asuntos para comentar y lamentar: El adocenado, prostituido, y sin embargo bello, opio futbolístico del pueblo. La obscenidad, chabacanería y vomitivo exhibicionismo de los aplaudidos y repugnantes degenerados orgullosos de su aberración (Para que nuestras mojigatas autoridades no me encarcelen por "homófobo", aclararé que, naturalmente, me estoy refiriendo a los aficionados al balconing y a las peleas de gallos). La muerte del más grande futbolista de todos los tiempos. Los Sanfermines. El recambio borbónico... Será por temas.
Pero al pensar que, mientras escribo estas líneas, cientos de inocentes están siendo masacrados por los criminales e impunes bombardeos sionistas sobre Gaza, las pequeñeces de la política nacional parecen mezquindades de portera comparados con la enésima atrocidad israelí
Es repugnante la hipocresía de la prensa biempensante intentando equiparar los crímenes de guerra que están cometiendo los invasores genocidas de Palestina con el heroico aunque patético intento de las milicias de Hamás de defenderse lanzando pequeños cohetes contra sus enemigos. Sólo hay que ver el balance de bajas de ambos bandos para dejar al descubierto la cínica falacia.
 Y es que, por mucho que los voceros a sueldo del sionismo se empeñen en vendernos la burra, lo de Gaza no es una guerra, sino un genocidio. Un genocidio perpetrado precisamente por los que han hecho del victimismo y la tergiversación histórica un lucrativo medio de vida. 
Ahora entiendo el celo de nuestras sabias autoridades para promulgar férreas y gallardonianas leyes-mordaza que castigan duramente cualquier suave crítica o mínima desaprobación a los miembros del Pueblo Elegido y que califican cualquier insinuación en este sentido como "delito de incitación al odio". 
Porque es muy posible que sin esa coacción legal algunos imprudentes (entre los que no me encuentro, fíjese bien señor Juez), pudieran tener la tentación de decir que los judíos son, han sido y serán un pueblo parásito y criminal que vive del engaño, el crimen, la rapiña y la usura. Que los que fomentan el odio son ellos con su rencor materialista y su resentimiento. Que ojalá algún día reciban su merecido por todo el dolor que están provocando y sean barridos de Palestina como la escoria dañina que son. 

J.L. Antonaya

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