14 sept 2015

La tos y los cojones.

Una conocida expresión popular afirma, para indicar la inutilidad de alguna acción ante un problema, que dicha acción es "Como tener tos y rascarse los cojones".
He recordado este dicho al ver la manera en que las fuerzas políticas teóricamente opuestas al separatismo afrontan los sucesivos órdagos de los que quieren romper España.

 Resulta que ante las continuas y cada vez más insolentes ofensas a la unidad nacional, la discriminación descarada del idioma español, la falsificación de la Historia o la exhaustiva propaganda separatista que evacuan a diario los subvencionados medios de la región catalana, los teóricos opositores a la secesión esgrimen como máximo argumento el "respeto a la Constitución". Como si la infecta, chapucera y estúpida Constitución de 1978 no fuera, precisamente, la causa y piedra angular del monipodio de taifas llamado Estado de las Autonomías.
El separatismo lleva años desplegando toda una panoplia "patriótica" y visceral, que, sin ningún rubor, apela al sentimiento "nacional" de los catalanes y no tiene ningún empacho en afirmar los mayores disparates sin que nadie mueva un dedo en contra.   
Ante este despliegue propagandístico, los sucesivos gobiernos democráticos no sólo no han hecho el más mínimo gesto para contrarrestar esta propaganda, sino que, en aras del mercadeo parlamentario, la han subvencionado generosamente, aún a costa de escatimar recursos a otras regiones españolas. Los sagaces estadistas que han pasado por la Moncloa en los últimos cuarenta años han compartido la misma estrategia ante el separatismo: llenar los bolsillos sin fondo de los políticos separatistas y mirar hacia otro lado ante sus escandalosas tramas de corrupción, esperando de esta forma que moderasen sus aspiraciones secesionistas. 
Esta estrategia de apagar fuegos con gasolina es, en el fondo, la única que les queda a quienes han extirpado como vergonzante cualquier resto de sentimiento nacional español. La progredumbre -de derechas o de izquierdas- lleva cuarenta años ridiculizando y despreciando cualquier cosa que suene remotamente a patriotismo. La aclamación multitudinaria del Himno o la Bandera sólo es aceptable en las celebraciones deportivas. El orgullo nacional se considera algo ridículo o anacrónico. La Historia de España que se enseña en las escuelas es concienzudamente tergiversada para no ofender a ninguno de los numerosos enemigos, interiores o exteriores, de nuestra Nación. 
El resultado de esta política de anestesia es un pueblo aborregado, un Ejército capón y unos políticos traidorzuelos y pancistas. 
Mientras tanto, el separatismo ha sabido inocular en sus seguidores la mística y el sentimiento, que, aunque bastardos y falsos, llenan el hueco que ha dejado la ausencia del auténtico patriotismo.
  Adivinen qué bando está más motivado para defender su postura: los que creen luchar por una patria, aunque sea postiza y falaz, o los que son animados a defender una legalidad burocrática y mojigata de papel mojado. 
Se admiten apuestas.

J.L. Antonaya

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