8 oct 2015

Taparrabos.

Hay un tipo miserable de humor que consiste en ridiculizar a personas con algún defecto físico o carencia intelectual que son sometidas a situaciones grotescas para burlarse de su torpeza, de su confusión o simplemente de su ignorancia.
La literarura, el cine y el teatro han recreado muchas veces este discutible y poco caritativo sentido del humor que posiblemente tiene su origen en los bufones medievales. Algunos episodios del Quijote, como el de Clavileño o el de la Ínsula Barataria y obras teatrales como "El Concierto de San Ovidio" de Buero Vallejo o "La cena de los idiotas" de Francis Veber recrean esta vertiente mediocre y mezquina del humor. 
En este tipo de episodios, la gracieta que persiguen los urdidores de estas tramas proviene de las reacciones disparatadas y ridículas de las víctimas del bromazo ante situaciones insólitas para ellos. 
La comicidad de estas bromas de mal gusto es generalmente muy limitada ya que, salvo que uno sea un desalmado, al final acaba compadeciéndose del pobre menguado víctima del engaño.
El último ejemplo de esta deplorable práctica está teniendo lugar en el Ayuntamiento de Madrid. Por mucho asco que nos dé la Carmena no me parece justo que la piara podemita la haya designado alcaldesa para que sea la risión de propios y extraños con sus desvaríos y disparates. La senilidad como diversión. 
La última ocurrencia de esta pobre mujer ha sido proclamar que le parece muy mal que los hombres lleven traje en verano porque eso obliga a un despilfarro en aire acondicionado. 
Suponemos que, al igual que los duques del episodio quijotesco escenificaban con detalle sus tramas burlescas para seguir la broma, los porretas, rastaguarros y demás ilustres perroflautas de las concejalías y negociados municipales, acudirán a los plenos en taparrabos cuando empiece a hacer bueno. Algo, que dada la poca prestancia física y escaso aprecio por la higiene de esta panda, puede  llegar a ser muy duro de contemplar. 

J.L. Antonaya   

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