Y vi a los dioses mediterráneos
-los que alumbraron con vides y laureles
el amanecer audaz de Europa-
morirse seniles en el Olimpo
entre las sombras de los hijos que nunca nacieron.
Y ya no hubo más dioses arcanos y feéricos
en el venerable bosque celta.
Porque no fue el Ragnarok batalla de espadas y belleza
sino sórdida decadencia y extinción programada
en sinagogas sucias y en logias tenebrosas.
Porque ya Europa no es Europa.
Y la palabra sagrada del solar de nuestra raza
sirve para nombrar el cubil ponzoñoso y usurero
de burocracias rapaces y de banqueros con candados.
Porque el venerable bosque celta
ya es una hedionda jungla africana
donde los sones vibrantes de las gaitas y las liras
se ahogaron en la cacofonía desagradable
de tambores tribales y farfullar de salvajes.
J.L. Antonaya