No es el destino sino la andadura,
no es la victoria sino la pelea
lo que alumbra señala y hermosea
la fugaz y doliente singladura.
No es el tesoro, sino la aventura,
lo que un ardiente corazón desea.
Es la furia sangrienta que gotea
cuando chocan la espada y la armadura.
La meta no es la paz ni la dulzura.
Es más noble el acero y más hermoso
que el oro y su espejismo de esperanza.
En esta lucha cruel, sucia y oscura,
el galardón que nos dará reposo
no es el triunfo sino la venganza.
J. L. Antonaya